martes, 4 de agosto de 2009

LA GUERRA Y LA PAZ

La paz y la democracia costaron mucha sangre, dolor y muchas vidas. Lo peor de todo sería que tras casi 14 años de haberse firmado la paz en Guatemala, los guatemaltecos no hubiéramos aprendido la lección y que con la reinstalación del discurso polarizante de la Guerra Fría en Centroamérica por parte de ciertos grupos del poder económico y sus publicistas, tras el golpe de Estado de Honduras, nos creamos el cuento que la Guerra Fría no ha terminado y, por tanto, que la lucha contra el comunismo sigue vigente. En tanto que la paz y la democracia son frágiles, se impone que como sociedad nos responsabilicemos por nuestra experiencia de reconciliación nacional expresada en el proceso de paz.
La Guerra Fría fue teóricamente la lucha entre un puñado de potencias mundiales que belicosamente hicieron enfrentar dos sistemas económicos: el comunista y la capitalista; el uno basado en la propiedad privada de los medios de producción y el otro suprimiéndola; pero a la postre, fue enfrentamiento entre dos sistemas políticos y dos estrategias de guerra, en donde un polo (el estadounidense) aguantó más que el otro, el soviético, poroso por doquier, debido a la burocratización de las libertades básicas.
La lucha por un sistema económico que alcance al 80% de la población mundial que hoy está marginado debe continuar por una ética de sobrevivencia, porque el ser humano no renuncia a la búsqueda de la plena felicidad social, pero esta lucha debe aprender de sus errores; privilegiando la cooperación por encima de la competencia; la libertad por encima de la coerción y el diálogo por encima de la violencia.
En términos globales, el periodo de la Guerra Fría y sus dos antecedentes inmediatos la Primera y Segunda Guerras Mundiales, fue de los más negros de la historia de la humanidad, debido a la muerte de la inteligencia y al mayor desprecio a la vida que se haya conocido jamás. Para Guatemala, la Guerra Fría también tuvo su correlato interno. Las causas de nuestra propia guerra tuvieron raíces profundas en nuestra historia; en la estratificación social de la sociedad y en el atraso de nuestras instituciones políticas y económicas; así como en la marginación de los Pueblos Indígenas.
Pero vino la paz en 1996 luego de varios años de diálogo y negociación entre fuerzas políticas en pugna: una anti estatal expresada en las organizaciones revolucionarias y la contraparte del Estado instituido y sus fuerzas de apoyo. Gozamos del apoyo de la comunidad, inclusive los Estados Unidos para alcanzarla.
No se debería caer, entonces, en la trampa de virulentos discursos radicalizados de extrema derecha que nos hacen creer que la paz guatemalteca es sólo un dato histórico, producto de unos ilegales Acuerdos, que nada tienen que ver con realidad cotidiana actual. Piensan que Guatemala es igual a Honduras, pero aquí hay una experiencia acumulada y las condiciones necesarias para que la violencia se encienda rápido. “¡Pero si violencia ya hay y abundante!”, me dicen algunos, “las guerra del narcotráfico y del crimen organizado ya arroja más saldos negativos que las estadísticas del periodo del conflicto armado”, dicen otros. Pero, cuidado, no se debe comparar peras con manzanas; porque aparte es la debilidad del Estado en materia de seguridad pública y aparte es que el Estado y la sociedad se vean envueltos de nuevo en pugnas de clase y étnicas con ideologías de por medio.
Nadie ama más la paz que el que ha conocido la guerra. Y una vez que empieza la guerra ya no importa quien la inició.
alvarovelasquez@intelnett.com

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